¿Quiere la ciencia desacreditar a Dios?
En el artículo anterior hablamos sobre algunos puntos que, como creyentes, muchas veces nos hacen pensar que debemos desechar la ciencia. Aquí profundizaremos en el último, acerca de la sospecha que existe sobre el objetivo de esta, pensando que es la desacreditación de la existencia de Dios.
Quiero explicar esto, porque parece ser un mito extendido incluso dentro de ciertos círculos de científicos cristianos extremos, como Answers in Genesis.
Habíamos dicho que la ciencia es una disciplina que está influenciada por el contexto, es decir, por el pensamiento predominante de cada época (en cada lugar). Eso es cierto, pero no completo. Si bien, quisiéramos que la ciencia fuera absolutamente objetiva, es imposible separarla, no solo del contexto, sino que también de la cosmovisión de cada científico.
Todos los científicos somos personas, y como tales, tenemos sesgos que incluimos en nuestra práctica científica. Esto quiere decir que no somos completamente racionales a la hora de tomar decisiones o concluir sobre un tema debido a algo que creemos. Esto es así y no hay mucho que podamos hacer al respecto más que, cada uno como persona, estar consciente de ello e intentar minimizar los sesgos personales. Pero por más conscientes que intentemos ser, nuestra mente caída nos engañará más temprano que tarde.
Un claro ejemplo de esto sería justamente la explicación que acabo de dar a este fenómeno de los sesgos. Yo como cristiana protestante, pienso que toda la humanidad está caída, que nada funciona como debería funcionar, sino que todo está infectado por el pecado. Esta idea preconcebida viene de lo que yo creo con respecto a la Biblia y a Dios, es decir, creo que Dios se manifiesta claramente a través de su Palabra, y entonces esa explicación le da sentido a mi visión del mundo. Pero una persona atea, que tiene la convicción de que Dios no existe y por lo tanto, no cree en la Biblia como verdad autoritativa, creerá otra cosa, probablemente creerá que los sesgos cognitivos vinieron como un mecanismo desarrollado por la evolución. Incluso alguien que se declare agnóstico (alguien que cree que no sabe si Dios existe o no y piensa que no hay manera de saberlo) se inclinará por alguna de estas explicaciones.
Si es entonces, imposible escapar de los sesgos y de las cosmovisiones personales, ¿qué hacemos con ellas? ¿Cuál de los sesgos es mejor en función de acercarnos a la verdad mediante la ciencia?
Esta es una pregunta interesante y en la que vale la pena pensar. Mi apuesta es que debemos incluir todos los sesgos para no sesgar la verdad.
Para ilustrar esto debemos pensar en el mismo ejemplo que pusimos en el artículo anterior. Pensemos en una persona tan inteligente y dedicada a la ciencia como Newton. A pesar de que él no era cristiano (pues no creía que Jesús fuera Dios) sí era un teísta devoto y la mayor parte de su biblioteca estaba dedicada a libros de teología. Newton fue padre de la mecánica clásica y co-autor del cálculo infinitesimal, además de gestor de muchos otros descubrimientos e hipótesis acerca de distintas áreas de la ciencia.
Después de muchas contribuciones se encontró con un problema: el orden de las órbitas planetarias. Él había podido describir las leyes que rigen los movimientos en caída libre en la Tierra y con ello también, las órbitas planetarias. Pero ahora la pregunta con la que se encontraba era ¿por qué estas órbitas están todas en el mismo plano en vez de ser desordenadas? Fue entonces, cuando debido a que era creyente en Dios, él da una respuesta basada en ello, diciendo que “si Dios no interviniera periódicamente en estas órbitas, estas serían inestables”. Y ahí quedó.
Como creyentes entendemos que es cierta la afirmación de Newton en el sentido de que sin la mano poderosa de Dios, el propio Universo no se sostendría. Pero si nos quedáramos allí, dando una explicación filosófica cuando necesitamos una mecánica, entonces la ciencia no avanzaría demasiado. Unos años después de la declaración de Newton, llegó otro astrónomo, Laplace. Él se tomó el tiempo de desarrollar la matemática necesaria para lograr entender físicamente porqué las órbitas eran así de estables, concluyendo que tenía que ver con los orígenes del Sistema Solar. Y es de ello la hipótesis que hasta el día de hoy se utiliza, abriendo muchísimos campos de estudio en astrofísica como lo es la ciencia de los orígenes planetarios estelares, de nebulosas, entre muchos otros.
Al dar esta explicación, Laplace dijo algo así como que él no necesitaba a Dios en la hipótesis. Una afirmación que a cualquier creyente le daría algo de escozor. El punto es, sin embargo, que fue él quien logró dar una explicación útil para seguir haciendo ciencia, una explicación mecánica basada en la matemática que Dios mismo nos dio. La “explicación” de Newton no sirvió para poder seguir entiendo detalladamente el Universo.
Pero ahora, supongamos otro escenario. Supongamos que Newton tenía razón, y que efectivamente, las órbitas planetarias en el sistema solar son inestables si Dios no interviniera sobrenaturalmente cada tanto. Eso significaría que la explicación que Laplace encontró fue una hipótesis que parece correcta, que parece tener sentido, pero aún así no es la verdad. ¿cómo nos podríamos haber dado cuenta de ello? ¿cómo habríamos podido deducir que una explicación mecánica tan razonable y que “calzaba” tan bien con los datos, no era cierta? Pues es un escenario muy difícil. Y este es el punto importante: como seres humanos nunca seremos capaces de estar absolutamente seguros de que una hipótesis es verdadera. Podemos encontrar explicaciones razonables a distintos fenómenos, explicaciones que dan sentido a muchos de los fenómenos que vemos, pero nunca podemos decir que hemos encontrado la verdad absoluta mediante el método científico. Entonces, ¿cómo podemos saber cuál era la explicación correcta? ¿Qué tal si era Dios quien intervenía? O al contrario, ¿qué tal si Dios nunca intervino, si no más bien dejó una ley establecida que siguiera actuando durante todos estos años de existencia del Universo?
La única manera de avanzar en el entendimiento del lugar donde vivimos es tener la mente abierta a la mejor explicación. Quizá efectivamente Dios interviene de manera sobrenatural, es decir, por sobre las leyes que Él estableció, mientras nosotros encontramos leyes mecánicas que calzan por casualidad. Pero como no podemos saberlo certeramente, entonces nuestro trabajo como científicos y exploradores de las leyes físicas universales, debemos seguir avanzando. Esto puede dar la ilusión que como científicos, queremos constantemente sacar a Dios de la ciencia. Pero es eso, una ilusión. Lo que estamos haciendo realmente es intentar seguir avanzando en la determinación de las leyes mecánicas que Dios estableció, porque así nos parece más razonable que lo haya hecho y porque si no, poco entendimiento del Universo mismo tendríamos.